En un mes se va Felipe Calderón de Los Pinos, el candidato presidencial por el cual voté hace seis años y lo volvería a hacer sin vacilar.
Con Calderón se afianzó la democracia en México, y su conducción la ha hecho irreversible.
Aún en meses pasados el país estaba en riesgo de caer en un régimen autoritario, de caudillo, del que posiblemente no habríamos salido en décadas. Si desde la oposición no se sabe perder, menos se es buen perdedor desde el gobierno, donde se tienen los instrumentos para agredir a la ciudadanía con artimañas legaloides y prolongarse en el poder.
Con Felipe Calderón tuvimos una elección limpia y él se comportó como un demócrata. Ésa era su obligación, es cierto, pero no todos cumplen con sus obligaciones.
Hace seis años, cuando voté por Calderón, estuvimos a punto de que en el país ganara una opción que no reconoce derrotas.
Felipe Calderón ha sido uno de los presidentes más militantes de las últimas décadas, pero llegado el momento de la definición supo perder y entendió su papel en la historia.
En un mes se cierra el círculo de la alternancia completa. El PAN derrotó al PRI en 2000, y perdió ante ese partido una docena de años después.
Ha sido un Presidente de claroscuros muy marcados, qué duda cabe. Se le ha culpado de los 50 mil o 40 mil o 60 mil muertos en la lucha contra la delincuencia y entre la delincuencia.
Eso es una infamia. Podemos discutir si se equivocó de estrategia, y que ese equívoco resultó carísimo en vidas humanas, sí, pero eso no lo convierte a él en asesino, como dice la propaganda del derrotado radicalismo.
Y en esa discusión habría que ser justos: Calderón tenía que restaurar la legalidad en territorios donde mandaba el narco. El primero en pedírselo fue un gobernador del PRD, Lázaro Cárdenas Batel, de Michoacán.
El resultado ha sido peor de lo esperado porque hay más violencia, más crimen y más secuestro que al inicio del sexenio. Calderón confió ciegamente en un equipo que, en muchos casos, no tuvo la capacidad para resolver los problemas ni para rectificar.
Sin embargo, durante el sexenio que expira en un mes, no hubo muchas voces que plantearan alternativas viables para enfrentar una realidad que quemaba (y quema) las manos.
Varios de los que ahora le levantan una estatua a un dictador extranjero en Paseo de la Reforma, sólo querían propiciar el fracaso de Calderón para ser los beneficiarios políticos de la debacle nacional.
El crecimiento económico promedio del país fue de 1.9 por ciento en el sexenio. Muy bajo. Bajísimo. Aún así, tenemos una situación de fortaleza en comparación con los gigantescos déficit fiscales de otras naciones desarrolladas que se traducen en oleadas de médicos, ingenieros o biólogos a las filas del desempleo o, casi, de la mendicidad.
Se pudo haber avanzado mucho más, pero Felipe Calderón descansó en muchos mediocres, cortoplacistas, burócratas pequeños.
Falló la política, fallaron los acuerdos, Mouriño se murió a destiempo y Gómez Mont salió muy temprano de Bucareli.
Pero en democracia la población tiene la libertad para cambiar de equipo gobernante, de propuestas y de ideas. Es lo que ha ocurrido. Eso sólo puede ocurrir en democracia. Y la democracia la hacen las instituciones y los demócratas.
Vendrán tiempos difíciles para Calderón, por las deslealtades y la negación de afectos y cercanías.
El tiempo, sin embargo, lo ubicará como un Presidente que no persiguió a nadie por rencores personales, respetuoso de las libertades (con una mancha, atribuible a uno de sus secretarios, en el caso Aristegui), militante, pero sobre todo un demócrata.
Pablo Hiriart
phl@razon.com.mx
Twitter: @phiriart
fuente: http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=146110
Con Calderón se afianzó la democracia en México, y su conducción la ha hecho irreversible.
Aún en meses pasados el país estaba en riesgo de caer en un régimen autoritario, de caudillo, del que posiblemente no habríamos salido en décadas. Si desde la oposición no se sabe perder, menos se es buen perdedor desde el gobierno, donde se tienen los instrumentos para agredir a la ciudadanía con artimañas legaloides y prolongarse en el poder.
Con Felipe Calderón tuvimos una elección limpia y él se comportó como un demócrata. Ésa era su obligación, es cierto, pero no todos cumplen con sus obligaciones.
Hace seis años, cuando voté por Calderón, estuvimos a punto de que en el país ganara una opción que no reconoce derrotas.
Felipe Calderón ha sido uno de los presidentes más militantes de las últimas décadas, pero llegado el momento de la definición supo perder y entendió su papel en la historia.
En un mes se cierra el círculo de la alternancia completa. El PAN derrotó al PRI en 2000, y perdió ante ese partido una docena de años después.
Ha sido un Presidente de claroscuros muy marcados, qué duda cabe. Se le ha culpado de los 50 mil o 40 mil o 60 mil muertos en la lucha contra la delincuencia y entre la delincuencia.
Eso es una infamia. Podemos discutir si se equivocó de estrategia, y que ese equívoco resultó carísimo en vidas humanas, sí, pero eso no lo convierte a él en asesino, como dice la propaganda del derrotado radicalismo.
Y en esa discusión habría que ser justos: Calderón tenía que restaurar la legalidad en territorios donde mandaba el narco. El primero en pedírselo fue un gobernador del PRD, Lázaro Cárdenas Batel, de Michoacán.
El resultado ha sido peor de lo esperado porque hay más violencia, más crimen y más secuestro que al inicio del sexenio. Calderón confió ciegamente en un equipo que, en muchos casos, no tuvo la capacidad para resolver los problemas ni para rectificar.
Sin embargo, durante el sexenio que expira en un mes, no hubo muchas voces que plantearan alternativas viables para enfrentar una realidad que quemaba (y quema) las manos.
Varios de los que ahora le levantan una estatua a un dictador extranjero en Paseo de la Reforma, sólo querían propiciar el fracaso de Calderón para ser los beneficiarios políticos de la debacle nacional.
El crecimiento económico promedio del país fue de 1.9 por ciento en el sexenio. Muy bajo. Bajísimo. Aún así, tenemos una situación de fortaleza en comparación con los gigantescos déficit fiscales de otras naciones desarrolladas que se traducen en oleadas de médicos, ingenieros o biólogos a las filas del desempleo o, casi, de la mendicidad.
Se pudo haber avanzado mucho más, pero Felipe Calderón descansó en muchos mediocres, cortoplacistas, burócratas pequeños.
Falló la política, fallaron los acuerdos, Mouriño se murió a destiempo y Gómez Mont salió muy temprano de Bucareli.
Pero en democracia la población tiene la libertad para cambiar de equipo gobernante, de propuestas y de ideas. Es lo que ha ocurrido. Eso sólo puede ocurrir en democracia. Y la democracia la hacen las instituciones y los demócratas.
Vendrán tiempos difíciles para Calderón, por las deslealtades y la negación de afectos y cercanías.
El tiempo, sin embargo, lo ubicará como un Presidente que no persiguió a nadie por rencores personales, respetuoso de las libertades (con una mancha, atribuible a uno de sus secretarios, en el caso Aristegui), militante, pero sobre todo un demócrata.
Pablo Hiriart
phl@razon.com.mx
Twitter: @phiriart
fuente: http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=146110
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